miércoles, 20 de abril de 2016

(4) Sin síndrome de Stendhal, pero disfrutando Florencia

Visita obligada estando en la Toscana y en muchos casos, quizás la mayoría, el origen de un viaje a esta región italiana. No fue nuestro caso. Queríamos ver la zona en general con especial atención al rural y a los paisajes y a la gastronomía... bueno, a todo, la verdad.



Pero, claro, Florencia estaba ahí y pasamos una deliciosa jornada.


Estas tres primeras fotografías corresponden a la vista de la ciudad desde Miniato al Monte, al otro lado del río Arno. La Signoria (izquierda) y el Duomo (catedral) con la cúpula de Brunelleschi impactan. Tamaño, diseño, belleza y como sobresalen del conjunto de la ciudad, una urbe en l aque nada parece desentonar. De cerca no parecen tan imponentes. Pero aunque lo disfrutamos, ninguno sufrió, que se sepa, el síndrome que padeció dos siglos antes Stendhal en su visita, aunque el diagnóstico de un mal de este tipo no se hizo hasta mucho más tarde, en fechas relativamente recientes.


Y desde el mismo lugar son visibles la sucesión de puentes sobre el Arno, aunque solo el primero, el famoso Ponte Vecchio se salvó de los bombardeos alemanes de la segunda guerra mundial.


Íbamos sin rumbo y sin plan fijo. Algunos ya la conocíamos y se trataba de recorrer su centro conforme fuera surgiendo. Antes logramos dejar el coche, nuestra gran furgona, relativamente cerca en una zona azul. Hubo titubeos ya que no sabíamos si podía estar todo el día, pero finalmente pagamos no hubo problema alguno.


Iniciamos el camino hacia el centro y Paco se quedó prendado de este cochecín casi de juguete, que en Vigo le podía hacer mucho servicio. Menudo flipe si lo aparca delante de su consulta.


Bordeando el Arno, ese habitualmente tranquilo río, como se puede apreciar, pero que algunas veces se revuelve. En la memoria de los florentinos mayores está todavía aquella jornada de noviembre de 1966 en que cayeron sobre la ciudad 200 litros de lluvia en 24 horas, con consecuencias terribles. Alcanzó 11 metros de altura e inundó el casco histórico, hasta 5 metros en algunos lugares.


El Ponte Vecchio es en la práctica un mercadillo más que un puente. La imagen exterior es la que de arriba, con solo un huequecito para que los turistas vean el agua. La interior son las dos que vienen a continuación.


Está siempre atestado de turistas que visitan sus joyerías (43 tiendas en total), aunque en origen, en el Renacimiento, eran sobre todo peleteros los que ofrecían su mercancía.



El motivo de que se cubriera el puente es un tanto prosaico: simplemente, un jerarca (Cósimo I de Médici) que tras su boda decidió que tuviera un corredor para cruzarlo sin tener que pisar la calle por motivos de seguridad entre su residencia y un palacio.



Y tras añadir un corto paseo desembocamos en la Signoria, la piazza principal de la ciudad, su corazón, con el edificio y la torre del Palazzo Vecchio, quizás su imagen más conocida y donde se sitúa el ayuntamiento.


Si en el puente hay turistas, aquí que os voy a contar.


Es un lugar cargado de historia y lleno de estatuas. Durante nuestra visita había una muestra artística con otras estatuas, llamativas pero actuales, como esta tortuga . 
 

Aunque la historia recoge que fue el lugar donde, por ejemplo, quemaron vivo al dominico Girolamo Savonarola por sus ataques al papa Alejandro VI. Previamente había predicado contra el lujo y la depravación de los gobernantes y fue un látigo de los Médici, pero cuandodisparó por elevación (al papa) el tiro le salió por la culata.


Imaginar qué ocurrió en 1498 (solo seis años después del descubrimiento de América) quinientos años y pico después en un plácido día de primavera en el siglo XXI no es posible, así que seguimos a lo nuestro.Y por fin ¡la catedral!, Santa María del Fiore, nombre de fácil traducción.


Es un recinto impresionante en el que había una cola tremenda para entrar. Como decidimos no subir a la cúpula ni a la torre, nos pusimos en fila para la visita libre al templo. El baptisterio y sus famosas puertas del paraíso, está también muy cerca. La catedral es famosa, entre otras cosas, por la gigantesca cúpula de Brunelleschi, que todavía hoy no se sabe como pudo construirla en su momento (siglo XIV). Tiene 100 metros de altura y 45 de diámetro.


Las pintura interiores de la cúpula. 



Cómo es habitual por aquí, el campanario está separado unos metros del resto del templo. El interior de la iglesia, suelo y paredes, está recubierto de mármol toscano que data de la época del Renacimiento. También la fachada, que impacta, aunque es del siglo XIX.


Después de callejear lo nuestro nos dirigimos hacia un mercado cuya segunda planta ha sido reconvertida en sede gastronómica con locales y restaurantes de todo tipo.


No fue sencillo encontrar acomodo para nueve personas, por lo que, una vez logrado, nos limitamos a pedir pizzas y cañas. Como curiosidad, más cara la cerveza que la comida. El sitio, muy agradable pero las colas en los mostradores disuadían.


Para hacer la digestión seguimos caminando y fuimos a Santa María Novella, construida en los siglos XIII y XIV, que acoge numerosas obras de arte. Cuenta con una capilla conocida como la Española y un cristo crucificado, la Trinidad, famoso por el dominio de la perspectiva.



Ya de vuelta al coche, proceso que se alargó un poco por aquello de no conocer la ciudad, nos encontramos con la iglesia de la Santa Croce, gótica, donde están enterrados personajes como Galileo y Miguel Ángel.


Quismos entrar a verla, pero estábamos fuera de horario.


Así que nos limitamos a contemplarla desde la plaza en la que se encuentra.



Y ya cuando nos íbamos, una vez recuperado el coche, disfrutamos por última vez de la ciudad desde el Miniato. Pese a la distancia, la cúpula de Brunelleschi nos parecía al alcance de la mano.


Conocer la historia de su construcción es casi como leer una novela. Cómo Brunelleschi, un orfebre, famoso por su mal carácter y sin conocimientos de arquitectura, logró el contrato. 


Cómo tuvo que codirigirla con Ghiberti, su enemigo que años atrás se había hecho con la construcción de las puertas del baptisterio, por la que ambos pujaban. 


Todo eso ocurría 124 años después del inicio de la catedral, a principios del siglo XV, y cuando las autoridades no daban con la fórmula para tapar el agujero donde ahora está la cúpula, que se había reservado con este fin. Pero era enorme y había que apoyar la cúpula sobre muros ya existentes de 55 metros de altura.

Brunelleschi hizo su propuesta pero se negó a dar a conocer los detalles constructivos, para que no se los robaran. Inventó grúas sorprendentes en aquellos tiempos para evitar complicados andamios y materializó dos cúpulas, la que se ve exterior y la interior, conectadas, consiguiendo lo que en su momento fue un hito que muchos aún hoy no entienden como logro.

Y nosotros viéndola una agradable tarde de primavera desde el monte vecino, sin más preocupación que volver a nuestra casa a prepararnos la cena.

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