lunes, 18 de abril de 2016

(2) Arte por aquí, historia por allá

Pasear por la Toscana, incluso habiendo estado antes, es situarse en una nube y contemplar maravillas. Une casi todo, arte, historia, paisaje, gastronomía, ciudadanos amables y un idioma sonoro, casi musical, y asequible para los españoles. Una vez en el sitio no hay otra que afrontar la enchenta con la mejor cara aunque se intuya una pesada digestión vital.

 

Iniciamos el proceso en San Gimignano, un pueblo grande, o una villa mediana, como se prefiera, oscurecida por urbes como Venecia, Florencia o Siena y que en otro espacio, sin tanta maravilla próxima brillaría más.


De hecho, El País publicó esos días en El Viajero una selección de 30 pueblos italianos interesantes y menos conocidos. El primero de la lista era San Gimignano. 


Es famoso sobre todo por sus torres, de las que quedan 14 pero llegó a contar con 76. Son edificaciones sin ventanas y de gran altura. ¿Su función? Ni defensiva ni nada parecido, pese a su configuración. Solo buscaban evidenciar la riqueza de sus propietarios.


Su centro histórico fue declarado patrimonio de la humanidad en 1990. Como es obligado, dejamos el coche fuera ya que es una villa peatonal.


Estuvimos allí un lunes de abril neutro, sin cercanía a ninguna festividad. 


Pese a ello, y a pesar de lo que pueda parecer a la vista del callejón de arriba, había mucha gente por las calles, entre otros, muchos grupos de estudiantes italianos en viaje de estudios, suponemos. En verano o en jornadas festivas, está siempre a tope.


Había gran animación en sus calles llenas de tiendas de regalos y souvenires.


La plaza central, o de la Cisterna, por el pozo que tiene en el centro, es una maravilla. Sentarse en el borde del antiguo pozo y revisar los inmuebles históricos que la rodean es un auténtico placer.




Tanto Porota como Ana


Y también Manolo


Cedieron a la tentación de inmortalizarse junto al emblemático pozo.


Después, decidimos hacer el primer esfuerzo y una parte del grupo subimos a una de las torres, 200 escaloncitos, para disfrutar de las vistas. El panorama lo tenéis en las fotos siguientes.


 

Antes de irnos visitamos una exposición del fotógrafo Robert Capa, famoso por retratar la guerra civil española, la segunda guerra mundial y otros conflictos bélicos. Las imágenes abarcaban desde el desembarco aliado en Sicilia hasta la batalla de Monte Cassino. Interesante.

En la fotos, más que la guerra en directo y combates refleja la periferia: civiles heridos, soldados muertos, familias escapando con sus niños pequeños, la entrada de los vencederes en las ciudades aclamados por la población y nazis prisioneros.

 MONTERRIGIONI


Tuvimos suerte con el día (prácticamente toda la semana, hasta que al final empezó a llover). No salió mucho el sol, por tanto, no hizo calor, y tampoco frío, sí fresco a ratos. Ideal para el turisteo.


Seguimos la ruta en Monterrigioni, un pueblecito amurallado perfectamente conservado.



Es un pequeño pueblo que se recorre en poco tiempo, pero el paseo es muy agradable.


En la iglesia de la plaza algunos aprovecharon para poner sus asuntos (espirituales) en orden, con un cura un poco apócrifo, pero que se puso muy en su papel, tras lo cual nos dirigimos a un restaurante situado a las afueras a reponer fuerzas.


Recalamos en el Bar dell Orso, que tiene buenas críticas que ya habíamos ojeado antes. El interior era casi tipo bodega y atacamos la pasta y algunos carne y conejo al estilo de la región con vino chianti. Comimos a gusto y bastante cómodos.


SIENA


De allí nos dirigimos a la imponente Siena, también patrimonio de la humanidad (1995). Llegar y salir fue casi lo más complicado. Encontrar extramuros donde dejar el coche, fue un poco latoso. Nuestro vehículo tampoco es que fuera de meter en cualquier huequito, ni siquiera pagando y estuvimos una hora dando vueltas hasta que lo logramos. 


Siena tiene dos puntos neurálgicos, la plaza central y la catedral. Para llegar a la primera caminamos por calles históricas muy interesantes.


La plaza, donde se celebra dos veces al año desde hace varios siglos el famoso palio o carrera de caballos, impacta cuando se accede por alguna de las calles laterales y se contempla por primera vez. Existe la opción de subir la escalinata de la torre, pero íbamos a estar solo un rato y no nos lo planteamos. Cuando llueve o ha llovido prohiben subir ya que es muy resbaladiza.


La plaza es un espectáculo en sí misma. Está en pendiente y tiene grandes dimensiones. Es un semicírculo con un frente recto.


Siempre hay mucha gente, sentada, paseando, charlando y los inevitables turistas, como nosotros.


En el centro la fuente Gaia, una gran pila de mármol copia del siglo XIX de la original, que fue retirada para evitar su deterioro. La primera fue construida a principios del siglo XV. El agua le llega desde un acueducto de 25 km. que la canaliza desde hace casi 600 años.



Y la catedral, imponente, a la que llegamos al caer la tarde. Tanto, que estaba cerrada. Le lloramos a la vigilanta y, conmovida, nos dijo que fuéramos a toda velocidad a una puerta lateral, la de la Misericordia, donde nos permitieron entrar unos minutos.


Dentro había obras y la parte central estaba cerrada, pero hubo quien se las ingenió para pasar.


Iniciada a mediados del siglo XII, se terminó en 1380. Es un ejemplo de la arquitectura gótica italiana. Su interior deslumbra e impresiona.
Y antes de volver a nuestra casita de Foiano, aprovechando el amor de los italianos por los helados, nos sumamos a esta pasión.


Y ya en nuestra maison, inauguramos la temporada deportiva: aprovechando el vinsanto (vino de postre) italiano y los cantucci (dulces duros que se mojan en el vino) que nos había dejado Fabio, celebramos la primera partida de chinos (o chinchimonis) de las vacaciones. La competición se repetiría todas las noches. Los resultados.......secretos.

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