viernes, 22 de abril de 2016

(6) Paseo por Pisa, Lucca y Arezzo

Aunque la Toscana no es muy grande (tres cuartas partes de Galicia), nosotros estábamos al sureste y la visita a Pisa, al norte, era obligada. Por eso encajamos a Lucca en el desplazamiento, como ya habíamos hecho años antes. La consecuencia fue que una vez más la visita a Pisa se redujo a la torre y los alrededores, así como la parte más próxima de la ciudad. Alguna vez habrá que pensar en dedicar un día al casco urbano de la que fue una poderosa ciudad en los siglos XI y XII.



Al llegar, logramos aparcar cerca del río, en lo que todavía era una carretera pero a solo a quince o veinte minutos del centro. Una suerte.


Sin excesivo esfuerzo localizamos la torre, y esta imagen rodeada de árboles es la primera que tuvimos de la famosísima construcción inclinada.



Era la mañana de un viernes, por tanto día laborable. Pese a ello, la animación y el gentío era enorme. Y  no se debía a que fuera la ciudad natal de Galileo Galilei (quien da nombre a su aeropuerto) o del director de cine Gillo Pontecorvo. La causa es otra y solo una, la inmensa suerte de que su torre no se haya mantenido derecha, que es lo habitual. Claro, y que pese a la inclinación siga en pie.



Como en otras ciudades, varios soldados controlaban el acceso, incluso utilizando un detector de metales móvil. Control antiterrorista.
Por si acaso, habíamos sacado las entrada para subir a la torre un par de semanas antes por Internet. Pero menos mal que preguntamos, pues había que hacer cola y nadie te advertía que no podías subir con bolso alguno. Nosotros lo supimos antes y fuimos a unas taquillas a dejar las pertenencias, mientras la mayoría de la gente se encontraba con la sorpresa tras la espera. Y marcha atrás, a dejarlo todo y vuelta a la cola. Avisamos a los que pudimos, pero no entendimos el motivo de que no colocaran un cartel para evitar este fastidio.


La torre es una maravilla por fuera y más sencilla por dentro. De hecho, su interior es hueco en el centro, y desde la base se ve la cúpula. Y para subir, un escalera perimetral con varias salidas a las balconadas (252 escaloncitos de nada y algo de vértigo para los que disfrutan esta dolencia).


Desde arriba, una impresionante vista de Pisa.


Una ciudad planita, en la que no hay edificios que rompan la armonía.


La torre, que alberga una batería de campanas, se empezó a construir hace casi un milenio (1173) aunque no se terminó hasta 1350. 




Su inclinación es perfectamente visible desde el exterior pese a que los ingenieros lograron reducirla en 38 centímetros hace unos años. Para la obra estuvo cerrada años, reabriéndose en el 2001.


El motivo de la inclinación es sencillo: está contruida sobre un subsuelo de aluvión arenoso y carece de cimientos lo suficientemente sólidos. Le pasa también a otros edificios cercanos, pero la torre es donde se aprecia visualmente. Alfonso quiso echar una mano a los ingenieros para detener su inclinación, pero no se lo agradecieron. Se trata de una imagen original, tanto que no menos de cinco o diez mil turistas se la hacen todos los días, pero la torre erre que erre, a mantenerse torcida.


Junto a la torre están la catedral y el baptisterio, dos obras igualmente majestuosas pero un tanto oscurecidas por la archifamosa torre.


Mármol blanco de Carrara recubre los muros de la catedral.


Y enfrente el enorme baptisterio, que por sí solo sería ya un edificio impresionante. 


En su interior hay una galería superior.



Con un poco de perspectiva se aprecia mejor la fachada de la catedral con la torre en la parte de atrás.


Viendo estas obras magníficas pasamos la mañana, y al terminar nos alejamos un poco para buscar un restaurante que no estuviera pensado exprofeso para turistas, una precaución siempre recomendable. A ciegas aterrizamos en la ostería Rossini, lo que fue una gran suerte. Comimos bien, al aire libre (y eso que un rato antes había llovido, anticipo de lo que vendría los dos días siguientes), muy amable el personal (hasta nos invitaron a varias copas de vino que pedimos sueltas al final, tras acabar las botellas) y además fue la factura más barata de toda la semana. Recomendable.


De tarde, a seguir la ruta. Y si Pisa tiene torre, Lucca tiene la suya, también medieval, pero de ladrillo y rectita. Sin embargo, crecen unas encinas arriba, lo que no es tampoco habitual y por ello se ha convertido en la imagen de esta ciudad de algo más de 80.000 habitantes, más o menos los que Pisa.


Y si en Pisa nació Galileo, aquí el famoso músico Puccini, mundialmente conocido por sus óperas. En la imagen superior, la Piazza del Mercato, de una llamativa forma elíptica. Nos recordó a una plaza de un pueblo español orientada a la celebración de corridas de toros, pero afortundamente, la finalidad es solo el mercado. Menos mal.


Lucca es una ciudad muy agradable, totalmente paseable (llanita, a diferencia de las ciudades toscanas construidas sobre colinas) y manteniendo intacto su casco histórico y su estructura romana con unos comercios chulos, todo muy animado en la tarde del viernes previa a un puente de tres días, ya que el 25 de abril es la fiesta de la Liberación. Se convirtió en colonia romana en el 180 antes de Cristo, por lo que por historia no será.


Esta es la iglesia de San Michelle, espectacular y que le hace competencia a la catedral, también muy famosa.


Aunque tiene el tempo en el medio, en la práctica este conjunto constituye su plaza mayor, donde algunos nos dimos un respiro para descansar. Tras dar una buena vuelta por una ciudad recomendabilísima para callejear, llena de tiendas, restaurantes y todo tipo de establecimientos, iniciamos el regreso. Tuvimos la suerte de terminar en la muralla, construida en los siglo XVI y XVII, y que en el XIX se transformó en un parque. Es de ladrillo rojo y se ha convertido en un circuito de paseo muy atractivo con árboles de gran porte y vistas sobre la urbe. 


Y el día siguiente, ya lluvioso-lluvioso, por aquello de cumplir las previsiones meteorológicas, lo dedicamos a Arezzo, que hoy en día es famosa por ser el lugar de rodaje de La vida es bella, de Roberto Benigni, que ganó tres oscars. Esta basada en la historia de su padre, que pasó tres años en un campo de concentración nazi. En la ciudad han decidido aprovechar la circunstancia y tienen carteles informativos en las plazas que aparecen en la película.



En cualquier caso, se trata, ¡cómo no!, de una ciudad con historia, pero nosotros lo primero que hicimos fue buscar un restaurante con buenas críticas. Curioso, es también carnicería y situado en la planta superior de un piso que mantiene la configuración de vivienda. Y como cerraba tuvimos que comer pronto, pero estuvo bien. Se trata de Il Cervo, como en Pisa, lo recomendamos. Observad las cenefas de la habitación, que son originales y tienen un siglo. Además, el edificio fue una famosa farmacia durante muchos años.



En Arezzo hay cuestas, lo que supone volver a la normalidad tras Pisa y Lucca, pero igualmente mucha historia. Te acostumbras a ver ciudades así, una tras otra, olvidándote de que estás en una región espectacular. A la vuelta, rebobinando, lo percibes mejor.



Arezzo tiene fama de ser una de las ciudades más ricas de la Toscana debido a su industria de fabricación de joyas de oro. Tiene un mercado mensual de antigüedades muy apreciado por los aficionados.



Estas dos imágenes corresponden a su plaza central, la Piazza Grande, donde está el ayuntamiento, que en ese momento acogía una boda.


Tras dar unas vueltas nos dirigimos a Lucignano, un pueblecito de unos 3.000 habitantes donde Juanma y Ana pasaron unas vacaciones de verano años atrás con Milena y Begoña, sus hijas. les apetecía volver a verlo por los inevitables recuerdos. 


Además, es un lugar curioso, un pueblo elíptico en su día amurallado que cuenta con una única calle también elíptica, y por supuesto histórico.

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